Bajo la sombra del viejo algarrobo
Bajo la sombra del viejo algarrobo

Bajo la sombra del viejo algarrobo

Entre llantos venimos y marchamos de este mundo. La vida solo es el entreacto que puede dar sentido a este tránsito. La juventud, tan lejana de ambos momentos, vive intensamente cada segundo, soñando horizontes infinitos y estremeciéndose con placeres despreocupados y apasionados. Pero los años pasan, y llegan los primeros choques con la realidad, esos sucesivos zarpazos que van domesticando el espíritu y convirtiendo sueños en anhelos.

Mientras camino abstraído en estos pensamientos, el calor ha llegado a hacerse insoportable, así que busco descanso a la sombra de un viejo y solitario algarrobo que domina un pequeño campo a la ribera del río. Me acuesto sobre la mullida y colorida capa de hojas que, lentamente, ha ido formándose bajo su copa.

A ras de suelo, tienes una perspectiva diferente del mundo. Aquel viejo tronco, retorcido y herido por los años, se estira firme hacia arriba, ramificándose en poderosas ramas. Entre los escasos claros que dejan las hojas, puedo entrever el azul de aquel radiante cielo de verano. Allí abajo, refrescado por la frondosidad del algarrobo y arropado por el manto de sus hojas, experimento una extraña sensación de serenidad y vitalidad.

Me siento íntimamente unido a aquel venerable árbol. Para los dos, cada uno a su forma, algunos sueños se han ido perdiendo con el transcurrir de los años. Pero otros aún palpitan, escondidos entre las sinuosidades y cicatrices de las ramas. Y aunque en el suelo se acumulan hojas muertas, muchas otras brotan y se encaminan, vigorosas, hacia el cielo, buscando el sol vivificante que engendrará nuevas simientes.

Bajo la sombra de aquel viejo algarrobo asumo que la felicidad, más que un estado, es una experiencia donde cada herida, cada rama mutilada y cada hoja caída, no representan el fracaso sino el esfuerzo necesario para dar sentido a la vida y vida a nuestros sueños.

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