Hace tiempo que asumí que poco, o nada, cabía esperar de las puestas de largo del debate climático. Ya sea la COP 27, o cualquier otro gran evento, suelen dejarnos un poso de decepción.
Hace tiempo que asumí, e intento explicar, que la mitigación, o lo que es lo mismo, la reducción de nuestras emisiones de CO2, es un deseo que se nos escapa como agua entre las manos, mientras que los efectos del calentamiento son ya una realidad que nos afecta.
Solo la capacidad económica de los países occidentales es capaz de atenuar los impactos del cambio climático. Un sistema de salud potente y una importante red de infraestructuras amortiguan los efectos. Con tal éxito, al menos hasta ahora, que parece que eso del clima parece que no va tan en serio, al menos para nosotros.
En esta ultima COP, la COP 27, parece que el cumplimiento del objetivo de reducción de emisiones se da prácticamente por perdido en los términos inicialmente previstos. Es paradójico que este fracaso nos deje, sin embargo, un aspecto positivo: el reconocimiento público de que lo urgente es adaptarse. Adaptarse a los efectos, imparables, del cambio climático.
Este es el mensaje que se esconde detrás de las constantes apelaciones en la cumbre al Fondo de Compensación.
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