POBREZA ENERGÉTICA…
El término «pobreza energética» genera algunas dudas. Aquí os dejo el artículo que he publicado al respecto en el periódico LEVANTE el día 19-07-2023. Me encantaría conocer vuestra opinión…
Pobreza energética. La trampa de adjetivar la pobreza
Hace unos meses tuve una experiencia de esas que te deja un sabor agridulce que, a pesar del paso del tiempo, no desaparece del todo. Por primera vez en mi vida, me sentí pobre.
Curiosamente, sucedió en el transcurso de una agradable cena con colegas españoles, después de un encuentro internacional sobre adaptación al cambio climático. Eran ese tipo de personas con las que disfrutas hablando, de las que aprendes profesionalmente y te enriqueces como persona. Y todas compartían una característica común, a saber, dominar perfectamente varios idiomas. Al escucharlos, no pude evitar sentirme pobre, yo, esforzado asiduo de cursos de francés e inglés.
Tenían otro denominador común, todos habían estudiado en el Liceo Francés o en el Colegio Americano. Sin ser eso que llamaríamos ricos, sus familias habían podido hacer esa inversión, posiblemente la mejor de sus vidas.
En aquella sobremesa comentamos, también, esta cuestión. Y, ya en la quietud de la noche de mi hotel, me pregunté si, como muchos otros, yo sería un claro ejemplo de pobre lingüístico. La verdad es que describirme como pobre me parecía desde todo punto de vista incorrecto. Así que se me ocurrió ese concepto, por analogía con el término “pobreza energética”, muy de moda, aunque a mí siempre me ha generado dudas.
Principalmente, porque si aceptamos la existencia de una pobreza energética, entonces deberíamos hablar también de pobreza educativa para referirnos a todas aquellas personas que no pueden pagar una enseñanza bilingüe de calidad o estancias en el extranjero a sus hijos. Y, por supuesto, podríamos seguir hablando de pobreza alimenticia, para todos aquellos que tienen que ir a los cada vez más exiguos bancos de alimentos o recurrir a los ultraprocesados, tan baratos como insanos, hasta el punto que el porcentaje de obesidad infantil en las familias de rentas bajas es el doble que en las de rentas superiores.
Pensándolo bien, o mal, según se mire, añadir un adjetivo suaviza la pobreza, como si fuese una pobreza más refinada y alejada del arquetipo de pobre, ese que vemos a diario sin adjetivos ni paliativos. Pero, la pobreza, pobreza es, y no me imagino a nadie eligiendo qué tipo de pobre quiere ser. El que no puede encender el aire acondicionado por el precio de la luz será el mismo que no puede comprar una saludable pero cara sandía. Y cuidado, porque en un escenario climático en el que las temperaturas seguirán subiendo y los episodios de sequía se intensificarán, estos problemas se agravarán.
Aquí se abren muchas brechas. Un niño obeso tiene el 77% de probabilidades de arrastrar esa obesidad de por vida, con todos los problemas de salud que eso implica. Así que sigo sin acabar de entender la razón del uso y abuso del término “pobreza energética” cuando, en realidad, lo que tenemos es una situación de pobreza, auténticas dificultades para el consumo de productos y acceso a suministros básicos: abastecimiento energético, por supuesto, pero también problemas para pagar el recibo del agua y la cesta de la compra, o los servicios de telecomunicaciones, culturales, deportivos, etc.
La solución a la pobreza es compleja y, por supuesto, escapa al corto plazo. Por ello es necesario desplegar políticas asistenciales y formativas, para garantizar unas condiciones mínimas de vida a quienes la sufren. Pero, mientras tanto, conviene vigilar que el uso de adjetivos no haga perder de vista que lo importante es identificar y revertir las causas últimas de la pobreza.
Les confieso que con la pobreza adjetivada me pasa lo mismo que con la educación a secas frente a educación ambiental, pero esto lo dejaremos para otra ocasión. De momento, sigo liado con aquella cena con ricos en lenguas.